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Entrevista con Jacques Rancière: La política de los cualquiera

Entrevistadores: Marina Garcés, Raúl Sánchez Cedillo, Amador Fernández-Savater

Archipiélago, 01/10/2010

Pareciera que una maldición pesa sobre la acción política que quiere cambiar el mundo. O bien hay prácticas políticas locales, singulares, colectivas y situadas, experimentando sobre terrenos concretos (salud, educación, prisión, inmigración…) problemas y respuestas efectivas, en primera persona, pero desentendidas del “conjunto de la sociedad”. O bien hay “alternativas generales” que sólo máquinas de abstraer y de neutralizar la participación pública de cualquiera, como los partidos políticos, pueden poner en marcha. Es la oposición entre universal y particular que organiza hoy las ideas dominantes.

El pensamiento político de Jacques Rancière señala el carácter ficticio de esa fatalidad: no hay nada natural en ella, sólo la reproduce determinada forma de pensar. La política es la articulación, crítica y disensual, entre un problema concreto y la lógica general de dominación. Un sujeto político es quien va más allá de reclamar su “parte” y cuestiona la misma distribución jerárquica de las partes y los lugares (lo que Rancière llama la “lógica de Policía”, opuesta a la política). Ese “suplemento” a la distribución instituida de las partes y los lugares supone una dimensión de universalidad: una práctica política singular y situada puede atravesar lo social entero con las preguntas que plantea, con la afirmación de las capacidades de cualquiera para la acción que demuestra. Aquí se rompe la oposición entre universal y particular: la política crea casos de lo universal singularizado, concreto. Ya no el universal policial de la representación política, sino un nuevo universalismo emancipador.

La siguiente entrevista con Jacques Rancière fue realizada en el marco del encuentro sobre “Nueva derecha: ideas y medios para la contrarrevolución”, que Archipiélago co-organizó junto a la Universidad Internacional de Andalucía el noviembre pasado (1). Plantea algunas preguntas y problemas a Jacques Rancière a modo de invitación a actualizar las claves básicas de su pensamiento político, a la luz de las transformaciones del mundo en curso. Se celebró en la librería La Fuga, en el corazón de Sevilla.

Archipiélago: Surge una cuestión sobre la “política de los sin parte”. ¿Qué significa ser hoy “sin parte”, si tenemos en cuenta que, con la precarización generalizada de la vida que las reglas del capitalismo postfordista ha impuesto, parecería que esa condición podría atribuirse a “cualesquiera” figuras sociales?

Jacques Rancière: Creo, en primer lugar, que tal vez sea preciso aclarar la noción de “sin parte”. Para mí, la noción de los “sin parte” es la noción de un sujeto político, y un sujeto político nunca puede ser identificado sin más con un grupo social. Razón por la cual digo que el pueblo político es el sujeto que encarna la parte de los sin parte -con ello no decimos “la parte de los excluidos”, ni que la política sea la irrupción de los excluidos, sino que la política es, ante todo, la acción del sujeto que sobreviene con independencia de la distribución de las partes sociales. En el fondo, esta concepción se distingue de una concepción tradicional, marxista, que identifica un sujeto de la emancipación con una determinada figura social producida por el desarrollo económico, por la producción capitalista. Esto tiene que ver con la cuestión del “precariado”, puesto que “precario”, sobre todo en la teorización de Negri, designa una nueva dimensión económica, una nueva forma de trabajo y, al mismo tiempo, se supone que define nuevas formas de subjetividad política. La tesis de estos autores sería que el precario, como nueva figura, ocupa el lugar del proletariado, en tanto que otro tipo de obrero, producido al fin y al cabo por otro tipo de economía, esto es, ocupa el lugar del obrero definido por la gran industria, por el fordismo, etc. Para pensar esta cuestión, es preciso salir de la cuestión de la “precarización”, y tal vez sea preciso retroceder en el tiempo para reconocer lo que “proletario” ha significado precisamente como sujeto político. Toda la doctrina marxista tradicional define el proletario como el obrero formado por la gran industria, y en particular, el obrero fordista. Ahora bien, es preciso recordar que el movimiento obrero fue inventado por obreros que eran tan precarios como los trabajadores precarios de hoy en día, y que, por encima de todo, “proletario” define la relación entre una exclusión y una inclusión. “Proletarios” significa, ante todo, aquel que no tiene parte, aquellos que viven sin más, y políticamente define aquellos que no son tan sólo seres vivos que producen, sino sujetos capaces de discutir y de decidir acerca de los asuntos de la comunidad. Así, pues, representar la “parte de los sin parte” quiere decir precisamente vincular la cuestión del estatuto de una u otra categoría a la cuestión más general del poder de cualquiera. El corazón de la subjetivación histórica proletaria fue precisamente la capacidad, no de representar la potencia colectiva, productiva, obrera, sino de representar la capacidad de cualquiera, la capacidad, justamente, en tanto que excluido. De esta suerte, una forma de integración/exclusión económica es una cosa, distinta de una forma de integración/exclusión política. Uno puede estar en una situación precaria, y estar sin embargo constituido como una identidad por un sistema, pero también uno puede tener un estatuto de trabajador muy definido, y al mismo tiempo estar completamente identificado a esa esfera particular, a la par que excluido de la esfera de los asuntos comunes.

A: Retornemos a lo que usted denomina “policía”, esto es, el poder en tanto que capacidad de disponernos los lugares, las partes, los atributos de cada uno, con arreglo a una lógica de “contar las partes”. A este respecto, ¿cómo funcionaría esta figura del poder de policía -contrapuesta a la política en tanto procedimento desidentificatorio- en la lógica de la sociedad-red, en la lógica conexionista, esto es, cuando ya no estamos definidos por la pertenencia a una estructura, sino por el acceso y la conexión a la “red”, que ha de ser conquistada en cada momento, so pena de desconexión, de caída en el vacío?

JR: Creo que el presupuesto de su pregunta, esto es, que ya no vivimos en sociedades de pertenencia, que todo se ha tornado precario, móvil, fluido, etc., ha de ser puesto en tela de juicio. Creo que seguimos viviendo en un mundo “sólido”, marcado por pertenencias, a diferencia de cuanto afirman las teorías acerca de una sociedad postfordista o postmoderna. No obstante, aun partiendo de tales supuestos, me parece que con ello se define precisamente una forma de policía perfectamente concreta, que debe con mayor razón marcar determinadas pertenencias y determinados límites. El hecho de que las posiciones sean más móviles en el ámbito individual no elimina la función policial en cuanto tal, esto es, la función de definición de categorías de estabilidad y de permanencia. Creo que podemos determinar tres dominios en los que esta especie de redefinición de la policía es capaz precisamente de redefinir categorías estables:

a) un primer dominio es el de la reestructuración de los sistemas de seguridad social, de los sistemas de organización del trabajo y de los sistemas de adopción de aquellos que no trabajan, porque cuando hay mucha gente que en efecto son precarios, nos encontramos con que el Estado se apodera de funciones que antes eran funciones compartidas y negociadas, principalmente entre el Estado y las organizaciones sindicales u organizaciones surgidas de la sociedad misma. Ahora bien, lo que sucede en una situación como la nuestra es que asistimos a una tendencia por parte del Estado a monopolizar esas funciones, por ejemplo, a transformar los sistemas de solidaridad social en sistemas de protección garantizados conforme a criterios fiscales. Si nos fijamos en un conflicto como, por ejemplo, el de los intermitentes del espectáculo en Francia -que considero un conflicto ejemplar desde este punto de vista-, tenemos una categoría de trabajadores que plantea problemas para los sistemas contables de la seguridad social, y que plantea precisamente el problema siguiente: ¿qué constituye hoy el estatuto social de un individuo, qué relación encontramos en lo sucesivo entre los individuos, la estructura del trabajo y la pertenencia al Estado? Otro dominio se determina desde el momento en que el Estado debe gestionar el no trabajo o el trabajo parcial, etc., debe gestionar en consecuencia las relaciones entre trabajo y vida. Se plantea entonces la cuestión: ¿quién es capaz o no de llevar a cabo la reflexión sobre esa relación? Todos los debates sobre la reforma del sistema de pensiones, sobre las formas ambiguas, como los intermitentes del espectáculo, plantean la cuestión las formas de relación de un pequeño segmento del mundo del trabajo con el resto de la sociedad, plantean la cuestión de la relación entre el presente y el porvenir, esto es, la cuestión de quién es capaz de pensar esa relación entre el presente y el porvenir. ¿Son capaces de pensar esa relación los intermitentes del espectáculo, o bien se trata de un monopolio del Estado? En cuyo caso sólo éste podría pensar la relación de lo particular con lo general, y del presente con el porvenir.

b) el segundo punto nodal es la cuestión de los límites. Se supone que el trabajo se torna más precario, o más fluido, en un mundo en el que en principio ya no habría fronteras, en el que las riquezas y los seres humanos circularían libremente. Pero sabemos perfectamente que lo que sí se verifica en el caso de las riquezas no lo hace en el de los seres humanos. Entramos en particular en la cuestión de las fronteras, esto es, la cuestión de quién puede entrar o no en un país. En este sentido, asistimos en la actualidad a un reforzamiento de la cuestión de la pertenencia, que puede cobrar formas violentas, de rechazo del extranjero, o bien formas policiales/refinadas [policiers/policées], con la fijación de cuotas de extranjeros que pueden ser admitidos al año, etc. La cuestión de la inmigración -tal y como es denominada- ha sido siempre una cuestión práctica, ligada a las diferentes oleadas migratorias. Hoy se torna en una cuestión pública, es decir, en el momento en el que, en principio, numerosas fronteras tienden a desaparecer, por otro lado se refuerzan en lo que atañe a los seres humanos, determinando una contradicción en el sistema, que intenta controlar este flujo con la idea de límites, cuotas, competencias, criterios, y que, por otra parte, algunos movimientos intentan precisamente politizar la cuestión, diciendo que todos aquellos que quieren vivir en un lugar tienen el derecho a hacerlo, que todos aquellos que trabajan en un lugar pueden ser ciudadanos del país en el que trabajan, etc.

c) un tercer punto significativo de lo que a mi modo ver constituye una continuidad y al mismo tiempo de redefinición de la lógica de policía, que es en términos generales la cuestión de los agentes, los interlocutores válidos. Tomemos como ejemplo un país como Francia, en el que tradicionalmente rigen los valores universales, los valores de la República, en el que no se reconoce a las comunidades. En realidad, un país que se dice universalista se enfrenta a estas cuestiones del siguiente modo: por un lado, el Estado define todo lo conflictivo como un problema que ha de ser resuelto mediante un análisis experto. Ahora bien, una vez hecho esto, la lógica de policía ha de arrostrar el problema de cómo transformar los resultados de tales análisis expertos en medidas que sean aceptadas. Se plantea entonces la necesidad de encontrar interlocutores válidos. Es preciso constituir a los interlocutores, es preciso tener, justamente, representantes de todos los afectados por un determinado problema. De esta suerte, la sociedad oficial se afana en decir que han de formarse interlocutores, y que frente a los diferentes derechos -que en Francia, de nuevo, se expresa como el problema de la separación entre la sociedad oficial y la sociedad real- hay que establecer un sistema de cuotas, o que los partidos políticos incluyan candidatos de minorías en sus listas electorales, que tengan su cuota de mujeres, su cuota de personas de origen inmigrante, etc. Se configura así un nuevo punto de tensión, de conflicto entre política y policía, que puede definirse del siguiente modo: ¿ha de ponerse en práctica una lógica policial de designación de representantes de las partes, o de interlocutores oficiales de una negociación, o bien prevalece una lógica política, que no concibe representantes de un grupo, sino enunciadores de un conflicto, no sencillamente entre grupos, sino entre lógicas de constitución de la comunidad?

A: La irrupción política de los sin parte, intempestiva, que desplaza límites, redefine los datos de los problemas, abre espacios políticos, plantea el problema de la continuidad. En América Latina, por ejemplo, resurge en la actualidad la temática de los contrapoderes, esto es, de una persistencia espacio-temporal de las irrupciones políticas, de una inscripción en la vida cotidiana del acontecimiento y de su relativa institucionalización en ruptura. ¿Cabe concebir una prolongación del acontecimiento político, más allá de su irrupción? ¿Cómo podemos persistir en el mismo, organizar la política con arreglo a una temporalidad no solamente irruptiva?

JR: En primer lugar, no me considero un fanático del acontecimiento como irrupción. Pienso que los acontecimientos, es decir, las secuencias de movimiento identificables, no son irrupciones, sino transformaciones del paisaje común. En este sentido, me parece que hay que salir de la oposición entre la irrupción de los acontecimientos, por un lado, y la organización, que sería algo sólido, instalado, por el otro. Un acontecimiento es una transformación del tejido común, mientras que la cuestión de la organización consiste en cómo prolongar esa transformación de lo que es visible, sensible, de lo que se revela como posible para quienes eran considerados incapaces, encerrados en su impotencia. Se trata de una cuestión paradójica: una organización en sí misma no tiene ningún interés. La cuestión atañe más bien al problema de porqué y para qué hay que organizarse, esto es, en qué medida aquello es político, en saber cuáles son los nudos políticos. A mi modo de ver, los nudos políticos son siempre algo que remite siempre a la parte de los sin parte, es decir, a la manifestación de una capacidad de cualquiera. La política está ligada a esa universalización de la capacidad de cualquiera. Y en este sentido, en el fondo lo que hay que prolongar, lo que está en el centro de la organización es esa capacidad de multiplicar la demostración que ha tenido lugar en un momento y en lugar determinados: cualquiera es capaz de acción política. Esto nos conduce además a la cuestión del tipo de temporalidad. Cuando pensamos en cómo prolongar el acontecimiento, nos vemos trabados por dos tipos de temporalidad tradicional, a los cuales se nos remite en todo momento. El primer tipo es la temporalidad de la sociedad “política”, de los políticos, con sus plazos (elecciones, el Tratado Constitucional Europeo, por ejemplo, etc.). Se trata de una remisión constante de todo combate, de su traducción en plazos institucionales. El segundo es la temporalidad tradicional de las etapas. En ésta se considera que somos transportados por una suerte de corriente de la historia, por el desarrollo del capital, la transformación de los modos de producción. Y en esa medida se trata de traducir todas las secuencias de movimiento con arreglo a esa temporalidad por etapas: ¿cómo constituir núcleos cada vez más importantes de nuestro grupo? ¿Cómo constituir fuerzas cada vez mayores del partido de mañana?, etc. Creo que es preciso salir de esa doble temporalidad, esto es, es preciso aceptar que no somos transportados por la historia, por una especie de porvenir que estaría ya incluido, presente, en una especie de dinámica propia de la sociedad. Me remito al El maestro ignorante, donde he analizado la teoría de la emancipación intelectual según Jacotot. Allí se plantea que la igualdad no es nunca un objetivo, sino siempre un presupuesto. Así, pues, lo importante es lo que, en cada momento, permite la presentación, la declaración, la afirmación, la encarnación de una potencia de igualdad, de una potencia de capacidad de cualquiera. A mi modo de ver, cabe salir de esa temporalidad de los objetivos, del futuro opuesto al presente, para pensar en una temporalidad del crecimiento del presente, o del crecimiento de las potencialidades del presente, que no se definen mediante cálculos estratégicos, sino por las capacidades nuevas que pueden surgir, desarrollarse, confirmarse en cada momento. En este sentido, si cabe concebir una organización política, se trataría de una organización que permite, no sólo una progresión de etapas, sino algo así como un crecimiento de las capacidades en todos aquellos lugares en la que éste puede afirmarse.

A: ¿Qué experiencias concretas de movimientos políticos actuales podrían servir de ejemplo de esa modalidad de universalización en tanto que crecimiento y multiplicación de las capacidades de cualquiera?

JR: Por desgracia, los ejemplos de ese crecimiento son raros. En buena medida porque, a mi modo de ver, las organizaciones políticas permanecen completamente atrapadas en las dos modalidades de temporalización, esto es, la de los plazos de la política sistémica, así como en la de las etapas de la revolución. Como consecuencia de ello, muchos movimientos que encarnan acontecimientos son al mismo tiempo movimientos que se cierran sobre su propio acontecimiento, sobre su propio medio, su propio lugar, sus propios nudos de problemas (por ejemplo, la revuelta en las banlieues de noviembre 2005). Hoy, por servirnos de un ejemplo francés, encontramos dos escenas: por un lado, la escena oficial (con sus elecciones, etc.) y, por otro lado, como si se tratara de dos extremos, la escena del margen, esto es, de expresiones como la del movimiento de los sin papeles, de los intermitentes del espectáculo, etc. La consecuencia de esto es una especie de división, donde encontramos gente que dice: “nosotros rechazamos la política oficial; nosotros hacemos una política real de las personas, una política sobre el terreno”, etc. Esto crea a veces formas de eficacia bastante fuertes, pero que declaran que su fuerza reside en que sólo se ocupan de sí mismas. Un ejemplo de ello lo tenemos en el movimiento contra la expulsión de familias sin papeles que está llevando a cabo el gobierno francés en estos meses. Se trata de un movimiento muy fuerte, que se ha constituido en torno a las escuelas a las que acuden los hijos de las familias sin papeles con orden de expulsión, esto es, en torno a casos precisos: en tal escuela hay un niño de una familia que va a ser expulsada. Se produce una implicación muy fuerte en torno a esa batalla concreta, y que consigue resultados, pero en el fondo lo hace precisamente diciendo: “nosotros sólo nos ocupamos de eso; no nos ocupamos del resto de la sociedad oficial, de las elecciones, etc.”. Ésta es la situación. Pero, a mi modo de ver, se trata de llegar a constituir movimientos que sean capaces de decir algo, de expresarse como fuerza política sobre absolutamente cualquier cosa. Tanto sobre los sin papeles, las revueltas de la banlieue o las elecciones presidenciales. Rompiendo esa especie de división entre lo que sería la escena oficial y la escena de lo que sería la acción concreta. No obstante, surgen movimientos interesantes. Por ejemplo, en la primavera pasada surgió en Francia el movimiento contra el CPE (Contrato de primer empleo), formado fundamentalmente por jóvenes. Lo interesante de este movimiento consiste en que ha sido impulsado por gente que no pertenece al “mundo del trabajo” asalariado, esto es, no se trata de una lucha por la defensa de los intereses de tal grupo, de tal institución, etc., sino de un combate por la articulación entre dos bloques de la sociedad, el de la formación y el del mercado de trabajo. A este respecto, pienso que ha habido avances importantes en el seno del movimiento. Sin embargo, el problema sigue consistiendo más bien en constituir una organización que se muestre capaz de tornarse en actor general de la política, no sólo de prolongar acontecimientos, sino capaz de declararse no como actor parcial (rompiendo con esa lógica de los actores parciales específicos para tal o cual combate), esto es, una organización, como hemos dicho, capaz de manifestarse sobre cualquier cosa (ya sea la cuestión de los sin papeles, las elecciones presidenciales, o el conflicto palestino-israelí) para expresar, en todo lugar, la capacidad de cualquiera.

No obstante, no tengo soluciones para el problema. Para mí, el problema consiste ante todo en redefinir lo que es político, esto es, quién es capaz de política. A mi modo de ver, esto es algo previo a toda teoría de la organización. Estamos en una situación en la que, en lo que atañe a la organización, habría que pensar en algo así como un Forum. No obstante, a un Forum suelen llegar decenas de organizaciones, cada una con su punto de vista, sus intereses, etc., e intentan convencerse unas a otras. Se trata a decir verdad de una estructura muy sesgada por la lógica de la organización. Para contrarrestar esta tendencia, se trataría de que cada acontecimiento, cada conflicto, lograra constituir su propia memoria, su propia acumulación, apoderándose de otras cuestiones. Se trataría de que quienes trabajan en las cuestiones del altermundialismo, de los derechos de las mujeres, o de los gays, de los extranjeros, etc., constituyeran el espacio en el que esa apropiación mutua pueda tener lugar, en el que pudiera hablarse de todo. Y lo que está en discusión es el estatuto de unos temas/sujetos políticos en tanto que fuerza de organización política, pero esta fuerza reside precisamente en la capacidad de problematizar otras cuestiones en tanto que actores generales que manifestan la capacidad de cualquiera, es decir, está en discusión esa extensión de las capacidades, no de prolongar eventos sino de declarar que en el fondo no hay actores parciales, ligados exclusivamente a tal o cual combate. De lo contrario no estamos ante una capacidad de universalización de los acontecimientos que no se vea preformada por la lógica sistémica o por la lógica de la historia.

A: ¿Se puede luchar sin un horizonte utópico de transformación generalizada de la sociedad o sin ese horizonte estamos condenados a movimientos políticos que sólo dicen “No” (no a la guerra, no a la gestión mentirosa del Partido Popular tras el atentado del 11 de marzo, no al CPE, etc.)?

JR: Son dos aspectos fundamentales de un mismo problema: la articulación de lo afirmativo y lo negativo en la acción política. En primer lugar, pienso que todo conflicto social significativo se plantea en primer lugar como una defensa frente a un ataque, fundamentalmente como una defensa frente a un ataque del Estado. Pero al mismo tiempo, en todo conflicto hay justamente una afirmación de capacidades. En todo conflicto social, ya se trate de la reforma del mercado de trabajo, de los sistemas de seguridad social, no se trata únicamente de saber quién pagará la protección social, sino quién es capaz de pensar en la comunidad y en el porvenir.

Esa afirmación de capacidades la encontramos, por ejemplo, en el conflicto que plantean los sin papeles, y se manifiesta en la destitución de la parte que les es asignada en tanto que desgraciados, y en tanto que incompetentes. Evidentemente, esto es falso. Ellos desarrollan una capacidad de hablar de la comunidad y dejan por ello de ocupar la parte de las víctimas.
Un segundo aspecto atañe a la cuestión de si se puede actuar políticamente sin tener una visión clara de una sociedad venidera. Mi punto de vista es que sí: no es preciso tener una visión clara de lo que sería, por ejemplo, la sociedad socialista. Hoy un movimiento político puede desarrollar la potencia de sus afirmaciones sin una referencia clara a esa sociedad venidera, lo que no significa que esto no sea un límite, un límite difícil de superar. En toda lucha hay en juego un porvenir, pero nunca sabemos el sentido de ese porvenir. De ahí que resulte difícil evitar una especie de perplejidad y la caída en un porvenires ya constituidos, como pudiera ser la teoría de la autonomía, por ejemplo.

1. Los contenidos del encuentro se pueden consultar aquí: http://www.unia.es/artpen/etica/etica02/frame.html

Otra política, muy otra: los zapatistas del siglo XXI

Pablo González Casanova

La Jornada, Sábado 26 de enero de 2013

Niños desplazados en 1996 de la comunidad Jesús Carranza, captados el 10 de septiembre de 2001 en la comunidad de San Marcos, municipio chiapaneco de Sabanilla

Niños desplazados en 1996 de la comunidad Jesús Carranza, captados el 10 de septiembre de 2001 en la comunidad de San Marcos, municipio chiapaneco de SabanillaFoto Francisco Olvera

Una tzotzil recibe a los asistentes al Encuentro Latinoamericano por la Verdad y la Justicia, el 13 de noviembre de 2008, en Acteal, Chiapas

Una tzotzil recibe a los asistentes al Encuentro Latinoamericano por la Verdad y la Justicia, el 13 de noviembre de 2008, en Acteal, ChiapasFoto Moysés Zúñiga Santiago

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Pablo González Casanova, cuando asistió al primer Coloquio Internacional in memoriam Andrés Aubry, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, en diciembre de 2007Foto Víctor Camacho

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Marcha de bases de apoyo al EZLN, el 21 de diciembre pasado en San Cristóbal de las Casas, Chiapas Foto Víctor Camacho

Palabras de Pablo González Casanova en el seminario Planeta Tierra: movimientos antisistémicos en el Cideci, Chiapas, el 1º de enero de 2013

En primer lugar, propongo que enviemos un mensaje de solidaridad al extraordinario comunicado que publicaron el 30 de diciembre el Comité Clandestino Revolucionario Indígena y la Comandancia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Es un documento de enorme importancia.

Al venir aquí estaba pensando cómo se vincula su sentido a los cambios que ha habido en este tipo de encuentros. Los cambios se han dado en varios sentidos, particularmente en el énfasis cada vez mayor que se está poniendo en la categoría de capitalismo corporativo. Es una categoría que nos permite un análisis mucho más profundo y preciso que la categoría del poder desvinculada del poder del gran capital, y sin articulación con el complejo empresarial, militar, político y mediático, que maneja un proceso mundial llamado globalización.

Por otra parte, me vino nuevamente al pensamiento lo mucho que he aprendido oyendo las reflexiones de los compañeros, producto de la memoria de sus luchas, de la práctica de sus teorías y del encuentro con las que vienen de los movimientos de liberación y emancipación de otros mundos, en particular del mundo occidental, pero también de África y Asia, así como de las luchas de liberación en los años sesenta y setenta en América Latina.

Al llegar aquí me pareció interesante destacar también cómo los zapatistas han enriquecido y precisado el discurso de lo uno y lo diverso, de lo constante y lo cambiante en la historia y la geografía activa y cognitiva. Esas fueron algunas de mis rememoraciones. Pero hace unos momentos pensé que era importante preguntar a un compañero tzotzil: ¿Cómo leyeron el comunicado? Porque cada uno de nosotros lo leyó e interpretó de una manera determinada o predeterminada. Lo que contestó me ayuda a darme cuenta que uno lee de una manera que se puede enriquecer con la manera de lo que otros leen.

El hermano tzotzil me respondió: “No lo leímos como si nos dijera ‘¿quién eres?’, sino ‘¿cómo te vas a ver en este mundo de diferencias y que no es en todo diferente?’ Como si nos dijera: tenemos que encontrarnos y que actuar juntos. Su respuesta se relacionó con algo que vi en el comunicado: el vínculo más estrecho que se proponen los zapatistas con la organización nacional de los pueblos indígenas, así como el intento de aumentar los vínculos con los adherentes a su movimiento, y también de ampliarlos y fortalecerlos con otros movimientos sociales de México y el mundo.

El comunicado y la respuesta del hermano tzotzil me permitieron replantear el problema de que les quiero hablar brevemente.

Ésta es la oportunidad para pensar y organizar una inmensa Red de Colectivos en Defensa del Territorio, y de la Tierra –y de la tierra con t minúscula y con T mayúscula. Es una tarea fundamental, si se piensa en la otra política desde abajo y desde la izquierda, y si pensamos en la dialéctica de las necesidades inmediatas, en que éstas muchas veces frenan o se oponen a las grandes luchas de largo plazo –que las organizaciones de los pueblos más oprimidos logran superar cuando ven cómo les quitan tierras y territorios y la posibilidad misma de vivir.

Hay muchos pueblos en los que se juntan los proyectos inmediatos y los de largo plazo, circunstancia que de una manera u otra los lleva a crear, con la junta de las viejas y las nuevas resistencias y combates, una nueva política –muy nueva– que escapa a la vieja alternativa de reforma o revolución.

En realidad su planteamiento político corresponde a una creación histórica tan nueva que es difícil de entender por quienes viven el presente como si fuera el pasado. El problema no es exclusivo de quienes están movidos por un pensamiento conservador, sino de aquellos que, viniendo del comunismo, de la socialdemocracia o del nacionalismo revolucionario, están acostumbrados a hacer política de partidos electorales, política institucional al estilo del siglo XX.

La posibilidad de crear una Organización Mundial en Defensa del Territorio y de las tierras y la Tierra constituye la posibilidad de enfrentar una política cuyos poderosos dirigentes se están yendo en los hechos a la extrema derecha del capital corporativo y de los complejos empresariales, militares, mediáticos y políticos, mientras la izquierda electoral ha dejado de ofrecer lo que antes ofrecía, o hace ofrecimientos que no cumple, porque no tiene la menor fuerza para cumplir, ni para construir la necesaria fuerza que exige un programa mínimo –efectivo– contra el neoliberalismo y la globalización.

La creación histórica de los nuevos movimientos sociales de los despojados, desregulados, subrogados, se enfrenta a una política de recolonización del mundo por los complejos empresariales militares, políticos y mediáticos, que usan dos elementos del poder: la propiedad y la fuerza; el dominio y la soberanía, el poder de compra del propietario y el imperio del poderoso, la megaprivatización como despojo legalizado de naciones y sociedades, y una conquista del mundo legalizada y disimulada que se apoya en las fuerzas militares y financieras y en los políticos, aliados, subordinados y coludidos o cooptados.

Privatización y ocupación financiera y militar de estados y mercados son dos medidas, de que el capital corporativo y sus complejos se valen para ocupar –como propietarios, acreedores o como colonizadores liberadores que en tiempos pasados se llaman civilizadores. Entre los países privatizados incluyen a sus propios países sede y, por supuesto, al resto del mundo. Con las más variadas medidas financieras, militares, mediáticas han refuncionalizado o anulado numerosos intentos de reforma al capitalismo o de revolución frente al capitalismo.

La refuncionalización de los estados-nación y de los sistemas políticos es tal, que los han destrozado en sus estructuras y organizaciones, en sus sentidos de la vida pública y en sus antiguas luchas, programas y medidas que entre crecientes contradicciones buscaban por lo menos algo del interés general y el bien común. Hoy con el gobernar convertido en gobernanza facilitadora de las megaempresas siguen destrozando, sometiendo y desmantelando de tal manera a los pueblos que cualquier crítico mínimo del actual sistema de dominación y acumulación capitalista no puede seguir pensando y actuando como antes.

Un deseo mínimo de saber en qué mundo vivimos nos lleva hoy a registrar en nuestros conceptos y nuestra conducta que el capitalismo corporativo y sus complejos están destruyendo cada vez más las mediaciones que les resultaban útiles en la posguerra, a las que dieron un fuerte impulso con el fin político de vencer al bloque soviético y chino, y con el económico de aumentar la demanda agregada mediante el desarrollo estabilizador de la producción, los servicios y el consumo, nacionales, públicos y sociales.

Las mediaciones destruidas y en proceso de destrucción por el neoliberalismo y la globalización contribuyeron a debilitar y acabar con distintos proyectos de las fuerzas emancipadoras. Muchas de éstas pensaban lograr el socialismo y la democracia a través de reformas. Sus partidarios defendían ideologías y programas cuya efectividad se comprobaba con el Estado social y el desarrollista. Sus partidarios pensaban que por ese camino podían alcanzar lo que otros seguían planteando como la revolución necesaria, al estilo del 48 del siglo XIX, o como la había planteado Lenin al vincular la lucha de los trabajadores con la lucha contra el capital monopólico e imperialismo en una revolución armada concebida como parte de la revolución mundial.

Las restructuraciones y refuncionalizaciones impuestas por las fuerzas hoy dominantes fueron limitando la política de partidos electorales y parlamentarios hasta suplantar la política de reformas con la de contrarreformas llamadas reformas, y la guerra de contrainsurgencia con la guerra de recolonización, llamada de globalización.

Mientras gran número de las fuerzas progresistas continuaron en la lucha legal y parlamentaria, buen número de los movimientos opositores optaron por la vía armada. En todo caso la acumulación de fuerzas electorales por los partidos logró subsistir hasta hoy, y predominar en las corrientes socialistas y comunistas, y lo hizo y sigue haciendo cuando cada vez están más privadas de sus programas y doctrinas y no defienden ninguno mínimamente coherente en las palabras y los hechos.

Los antecedentes y evolución de este proceso son conocidos. La revolución de principios del siglo XX no estalló en los países hegemónicos del mundo capitalista y llegó cuando la mayoría de los partidos comunistas, en general los prosoviéticos, decidieron luchar como partidos políticos con dos objetivos: el de acumulación de fuerzas y el de incrementar la solidaridad con los países del bloque soviético. En esas circunstancias, las corporaciones y complejos combinaron cada vez más la inmediación violenta con la mediación y mediatización política de sus enemigos de la guerra fría. Durante décadas permitieron o se vieron obligados a permitir el desarrollo estabilizador, junto con la descolonización formal de parte de África, Medio Oriente y los países árabes. Así actuaron hasta que, desde los años sesenta, se inició la gran crisis recurrente y sistémica que una y otra vez dan por superada, lo que en los hechos revela ser del todo falso.

En el curso de la prolongada crisis la posición hegemónica de las corporaciones consistió en abandonar las políticas anticíclicas del Estado social y en pasar al adelgazamiento, desmantelamiento, refuncionalización y recolonización del propio Estado metropolitano y de los estados periféricos.

El capital corporativo impuso políticas financieras, políticas militares, ideológicas, económicas, sociales, educativas, culturales, ecológicas, así como empresariales de dominación y apropiación de estados y mercados. Combinó y perfeccionó las viejas armas combinadas de la represión y la corrupción y dio un salto en sus organizaciones monopolistas para su integración en complejos militares-empresariales-políticos y mediáticos. Buscando dar la máxima efectividad posible a sus megaorganizaciones, recurrió a las nuevas técnicas y ciencias electrónicas, digitales, cibernéticas, altamente funcionales a la organización de sus políticas de expansión global.

La magna organización mundial del capital corporativo y de los complejos empresariales militares les permitió dominar a un mundo que paradójicamente se volvió cada vez más irracional en el inmenso entorno o contexto en que opera, efecto llamado lateral en un mundo al que sus expertos consideran siempre como externalidades, las que en el mejor de los casos sólo se analizan para mejor desarmarlas, dominarlas y explotarlas.

Con la gran crisis de las mediaciones del Estado anterior, los partidos políticos dejaron de distinguirse claramente en programas y políticas, y todos o casi todos actuaron al mismo son. El menosmalismo, como lógica política hegemónica, se impuso en situaciones cada vez peores. Y con la restauración del capitalismo, tanto en el bloque soviético como en el chino las teorías de la revolución y –también– las de la acumulación de fuerzas comunistas, socialistas y socialdemócratas se llegaron a olvidar completamente. Se impuso la lógica de juntar fuerzas a como dé lugar, de limitarse a ganar votos con cuanto partido se pudiera y de reclutar ciudadanos con la meta de lograr puestos de representación popular, que cada vez fueron menos representativos y llegaron a ser nada populares.

Semejante lógica y sus beneficiarios dominaron la subcultura de la inmensa mayoría de la clase política. A esa lógica se aferraron también quienes venían del nacionalismo revolucionario y ya lo habían abandonado con el desarrollismo, así como la mayoría de la nueva izquierda del 68 que los había enjuiciado y que al madurar y podrirse se comportaría como ellos, en triste transformación.

Hoy tenemos, en primer término, que darnos cuenta de que tres grandes corrientes del pensamiento revolucionario, que querían lograr la democracia y el socialismo mediante la revolución, han sido prácticamente anuladas. Muchos de sus integrantes muestran no sólo cierta incapacidad crítica para organizar un proceso de acumulación de fuerzas contra el capitalismo corporativo, lo que se confirma leyendo y oyendo sus programas, sus discursos, sus discusiones, sus enfados. Muchos descendientes de la antigua y de la nueva izquierda, en una inmensa mayoría, ya ni siquiera plantean una política contra el neoliberalismo.

Ante semejante crisis de la autollamada izquierda surge un nuevo movimiento que cambia la geometría política, y que, en México y el mundo, encabezan los zapatistas al enarbolar la bandera de la soberanía nacional, el rojo y negro de la lucha internacional, y las metas emancipadoras que ellos redefinen tanto en las palabras como en los hechos, al clamor de libertad, democracia, justicia. Para aclarar su posición, la geometría política de los zapatistas ya no sólo tiene centro, derecha e izquierda, sino abajo y arriba. Con ella quieren indicar que están a la izquierda con los de abajo. Pero, además, su geometría no es sólo bidimensional. En la práctica es una geometría móvil con redes y entramados de colectividades y colectivos presentes y a distancia, unos descentralizados y autónomos; otros –como el ejército defensivo, integrado alternativamente, por todos los comuneros–, con facultades autónomas para ciertas acciones que se les señalan y que pueblo y ejército respetan con una gran disciplina, y con conciencia de que son el pueblo del ejército y que con su ejército-como comunidad se protege de las invasiones, inundaciones, quemas, crímenes y despojos de que sin éste como fuerza defensiva sería fácil víctima.

Las redes de colectivos y colectividades no sólo son redes de comunicación, sino de acción y también de información y diálogo. La mayoría de ellas está entregada a la cooperación para la producción, para la distribución, para los servicios de alimentación, salud, educación, construcción de infraestructuras y viviendas, cultura.

En esas redes los conceptos se definen con actos y también con palabras, lo que fortalece a unas y otras. En palabras y actos aparece la otra democracia, muy otra, la otra justicia muy otra, la libertad practicada con el saber de los pueblos que hoy combinan las técnicas digitales y cibernéticas con las tradicionales. El proyecto está muy lejos de ser primitivo o aldeano: es solidario, patriótico y humano. Nace en un momento histórico en que el gran capital ha ampliado lo no negociable, esa expresión que de hecho expresa la dictadura del capital y en ésta su objetivo invariable de recolonizar el mundo, con la combinación de políticas de represión, corrupción y enajenación mental, sentimental y volitiva. El complejo y tecnocrático proyecto está provocando esa otra crisis de dominación y acumulación en que el mundo vive, y a la que los expertos y sus superiores responden con proyectos de espectro amplio de corrupción y represión, de confusión y terror, que perfeccionan las guerras llamadas por el Pentágono de espectro amplio.

La guerra y crisis de espectro amplio incluye mucho más que las guerras y crisis financieras y económicas. No corresponde a una crisis coyuntural que se vaya a resolver en uno o dos años, como dicen muchos gobernantes –que constantemente se están equivocando–. Enfrenta y vive una crisis que no es cíclica, no es de corta duración, ni siquiera de larga duración. Es una crisis del modo de dominación y acumulación llamado capitalista, movido por la maximización de utilidades y la minimización de riesgos. Y aun es más: es una crisis de civilización que con las ciudades mercantiles, usureras e industriales, desde el siglo XIV empezó a construir una sociedad, una economía, una política, una cultura, una ecología y una ciencia que hoy están en un estado de crisis tan desastrosa para la humanidad y para ellos mismos que hasta se enceguecen ante los horrores que causan y ante los peligros que corren por su sevicia y su codicia desenfrenadas, los que con un improvisado fanatismo atribuyen a un orden darwinista y hasta divino muy parecido al racismo genocida de los nazis, pero mucho más sofisticado con su inclusión de negras, latinos y mahometanos en el gobierno de las televisiones y acciones de exterminio que presenta a esos pueblos como fanáticos, débiles mentales, corrompidos y terroristas.

No ver lo que ocurre ni entender que sus causas se hallan en el actual modo de dominación y acumulación es el más grave yerro de las ciencias hegemónicas. La contribución a la inadvertencia del mundo realmente existente y sus causas no sólo se da en la econometría y en las ciencias de la opción racional –disciplinas dedicadas a maximizar las utilidades y minimizar los riesgos del capital corporativo–, sino en todas las ciencias de la materia, de la vida y de la humanidad que ocultan y se ocultan las hazañas que sus superiores realizan bajo nuevas y viejas formas de depredación, de ocupación de territorios, de violación de derechos nacionales e internacionales, naturales y humanos, sino en las formas de que se sirven para ocultar la irracionalidad de un sistema que hace sufrir –sin la menor duda– a la inmensa mayoría de la humanidad y que amenaza la existencia de toda la humanidad. De que hechos y efectos están comprobados no hay duda, como no la hay tampoco de sus causas. Ambos se ocultan sistemáticamente.

En realidad vivimos una crisis que no siempre alcanzamos a entender porque es la crisis de una era y el nacimiento de otra. En nuestra práctica de la teoría no teníamos los elementos mínimos para pensar en el futuro de una historia mundial que nos llevó a la restauración del capitalismo. El error fue gravísimo para muchos de nosotros. Nunca penamos que esfuerzos como los de Lenin y Mao iban a acabar en el desastre en que han acabado, ni que el heroico pueblo de Vietnam iba a terminar donde terminó.

Si, por otra parte, vemos este desenlace de evoluciones y revoluciones como enseñanzas, advertimos que por fortuna hay nuevas formas de plantear los problemas y las alternativas para construir un mundo que deje de ser injusto y autodestructivo. Estas nuevas formas, en sus manifestaciones más positivas y creadoras, guardan memoria de sus experiencias anteriores de emancipación; de las que tuvieron éxito y deben impulsarse y de las que implicaron fracasos que hoy se pueden evitar. También enfrentan nuevos y crueles asedios y despojos de corporaciones y complejos. Si son millones los que sufren la ofensiva de la globalización depredadora, privatizadora, y desnacionalizadora, también se cuentan así los nuevos movimientos de resistencia de campesinos, trabajadores, empleados y pueblos. Muchos enfrentan las políticas de despojo de tierras de labor y recursos naturales, de pérdida de derechos laborales, sociales, políticos, educativos y culturales, o de territorios enteros desertificados, deforestados o invadidos por las compañías y sus fuerzas de choque paramilitares, criminales y policiales. Todos, en mayor o menor medida, sufren las políticas de descrecimiento del consumo, de descrecimiento que deja sin empleo, sin techo y sin pan a un número creciente de los sectores medios y bajos. Muchos son víctimas de la caída de la producción nacional y social a que dieron y dan traste corporaciones y complejos con las nuevas políticas de descrecimiento industrial y tecnológico social y nacional, y con la cesión obligada, negociada y corrompida de recursos y mercados a las grandes empresas y sus asociados y subrogados que se encargan de enganchar a los miserables, depauperados, despojados, desplazados, desempleados, desaparecidos, secuestrados, migrantes, sin papeles, sobrevivientes, a los que levantan y venden o emplean como esclavos, asalariados de sudaderos y prostíbulos listos para ser eliminados y enterrados en fosas comunes cuando ya no pueden o no quieren servir. Si semejantes atropellos generan mundos de terror global, también van generando –en medio del dolor que se alcanza a resistir y de la superación del miedo, que se llama rabia y valor, o coraje– nuevas respuestas que por encima de las tradicionales o meramente críticas no sólo están creando formas de lucha mucho más efectivas para resistir, sino formas de resistencia y de organización más efectivas para construir y preservar la libertad, la justicia, la democracia, la autonomía, la independencia, la fraternidad con los semejantes y con los diferentes, en religión o ideología, en cultura, nacionalidad o etnia.

Entre los nuevos movimientos destacan los de las comunidades que han enfrentado durante siglos las políticas de colonización y hoy enfrentan las de privatización como recolonización. A esos movimientos que vienen desde muy muy abajo se añaden los de esa nueva categoría política y revolucionaria que es la juventud.

Las luchas de la juventud sin educación, sin empleo y sin futuro, más temprano que tarde descubren su inmenso peso cuando articulan sus luchas estudiantiles y juveniles con las demás fuerzas emancipadoras y con metas y programas mínimos de organizaciones en red y de colectivos y colectividades.

Los nuevos movimientos emancipadores se distinguen también porque en muchos de ellos están mezclados quienes poseen distintos niveles de educación y distintas experiencias de lucha. Es de ver y no creer cómo combinan y enriquecen sus conocimientos y experiencias para alcanzar objetivos comunes.

Entre esos nuevos movimientos –a escala mundial– destaca el que tiene su origen en una región del mundo que está en el sureste mexicano y que ocupan los antiguos pueblos mayas. En esa región del mundo nació, a fines del siglo XX, un proyecto universal que, desde el principio, fue un proyecto que en la diversidad encontró la unidad, y en la variedad los objetivos comunes de la emancipación humana. El movimiento no se planteó una nueva política asistencial, indianista o indigenista. En el curso de su gestación se fue planteando cada vez más un proyecto dispuesto a defender su transición pacífica para organizar, en el propio movimiento, la sociedad a que sus habitantes aspiraban, y una política mínima de la resistencia para vivir, para defender el territorio, la tierra, el agua, el bosque y la vida, sin limitarse a un concepto aldeano, ni sólo maya ni sólo nacional, y reclamando los derechos a la autonomía de sus comunidades al tiempo que se organiza en éstas el poder de decisión de sus pueblos, que son los que mandan a quienes de entre ellos comisionan o son comisionados en tareas determinadas, sin abandonar todo el tiempo o para siempre las tareas agrícolas, artesanales o caseras, sino volviendo a ellas cada vez que su comisión termina o en el tiempo que la comisión lo permite.

Según el último comunicado, los compañeros y hermanos zapatistas han logrado –en medio de asedios– que en su territorio los niños tengan escuela, los enfermos medicina y hospital, y todos sus habitantes, lo mínimo necesario para vivir. Han logrado que en su territorio no haya narcotráfico ni alcoholismo, ni esa inseguridad genocida que con la corrupción individual y colectiva ataca aquí y allá en el resto del país y el mundo.

En los hechos, los zapatistas confirman que el suyo es un nuevo proyecto de emancipación, construida, que no sólo difiere de movimientos anteriores, como el de Lenin o el de Mao, sino también de otros, como la mayoría de las guerrillas de los años sesenta y setenta.

El gigantesco y modesto éxito de los pequeños entre los pequeños induce a pensar a un nivel mundial en la historia reciente de los éxitos y fracasos de la transición a lo que hoy llamamos otro mundo posible. Al caer el inmenso bloque soviético y chino y restaurarse en esos países el capitalismo con sus contradicciones estatales, empresariales, mercantiles, sociales y ecológicas, una pequeña isla llamada Cuba, que tenía 7 millones de habitantes al empezar su revolución, está allí entera, luchando por el socialismo y la libertad. Podemos pensar que la resistencia de Cuba es un milagro, pero si nos limitamos a un análisis político, tenemos que preguntarnos qué ocurrió en esa pequeña isla, que sigue resistiendo a la potencia imperialista más poderosa y agresiva del mundo.

Debe haber algo. Por más que han sufrido en su contra las campañas más espantosas, padecido un cruel bloqueo, que ya dura más de medio siglo, y enfrentando cuanto tipo de intervenciones legales y criminales existe en la historia del colonialismo, este algo que hay en Cuba muestra ser una mezcla de la enorme cultura de la lucha por la independencia y de la lucha de clases, pero de otra lucha por la independencia y otra lucha de clases… Ya Toussant L’Ouverture, y su hazaña de los esclavos insurgentes en Haití, demostró, en medio de la tragedia, que el esclavo que se libera en un país colonial no se libera, pues siempre vienen los ejércitos de los napoleones a acabar con el proyecto liberador del esclavo.

El mismo problema se plantea a otra escala, no sólo en las comunidades de origen indígena de la primera conquista, sino en las comunidades nacionales: el problema de combinar las luchas de las comunidades por la autonomía con las luchas por la independencia de las naciones. Pues ni unas ni otras se liberan si no se juntan.

En el caso de Cuba, la solución aparece en la conjunción muy seria y profunda de Marx y de Martí. Así como los zapatistas toman la palabra y el concepto de dignidad como forma de enfrentarse a la dictadura del poder, así los cubanos dan a la moral un sentido político de organización de la resistencia y de moral de lucha que integra la articulación, cooperación, solidaridad, fraternidad o de hermandad practicadas, que no se queda en un decir, que no se queda en la moralina de la que hablaba Benedetti, sino que se vuelve una realidad capaz de enfrentar sus propias contradicciones y las que activa el enemigo.

La gente que en política no tiene esta práctica de la moral cree que todo esto son tonteras, o que nada más estamos hablando. Pero ahí está una realidad que no podemos ignorar… La moral de la lucha por la independencia organizada con la lucha de clases y con la lucha por el socialismo y la libertad. Y, volviendo a nuestro tema y su situación actual, advertimos cómo al abrirse y articularse a la diversidad del mundo y de México, como lo acaba de hacer el movimiento zapatista, tenemos que plantearnos el problema de las resistencias frente a la nueva ofensiva de cooptación, corrupción e intimidación de las corporaciones y complejos y de sus asociados y subordinados. Si éstos durante un tiempo privilegiarán el diálogo para la cooptación, no por sus dulces voces dejarán de tener escondido un gran garrote, como dijo aquél. Mantener la dignidad con la capacidad de diálogo y la firmeza con la capacidad de lucha emancipadora será crucial.

Por las experiencias anteriores vamos también a confirmar que, aparte de las características de recolonización del mundo que muestra el capitalismo, su crisis va acompañada de una crisis de la moneda, del salario, del crédito y del modo de acumulación. Con eso no quiero decir que vaya a otro modo de acumulación, o que se va a repetir lo que ocurrió en crisis anteriores, sino muestra una y otra vez su tendencia a las políticas de depredación, depauperación, privatización, desnacionalización, que por sentido común enajenado están llevando a los ejecutivos de corporaciones y a los ejecutivos de gobiernos a posiciones cada vez más agresivas, corruptoras, privatizadoras y desreguladoras…

En crisis anteriores también existió una combinación de los modos de acumulación depredadora con los modos de acumulación salarial. La depredación o la explotación de colonias, la ocupación de territorios y países enteros se hizo en crisis anteriores. Ahora es mucho más serio que se haga porque la contradicción entre el modo de dominación y acumulación capitalista enfrenta una crisis de sus propias soluciones.

Por una parte está en crisis el proyecto del imperialismo único o dominante que durante un tiempo tuvo Estados Unidos. Ese proyecto falló –como lo ha analizado y demostrado Wallerstein– y está en crisis irreversible. Se están formando dos bloques, informes todavía, pero uno y otro manejados por aquello que Roosevelt temía mucho. El presidente Roosevelt dijo alguna vez: le temo más a los negocios organizados que al crimen organizado. Se quedó corto, porque ahora se juntó el negocio organizado con el crimen organizado.

Todo revela una crisis muy fuerte que no sólo se da en Estados Unidos o Europa, sino en Rusia y en China, cuya capacidad de producción es inmensa y cuya capacidad de destrucción también es fatal. En la teoría del Pentágono se habló desde los cuarentas de la guerra atómica como guerra de destrucción mutua asegurada. No se trataba de una doctrina como algunos de sus expertos pretenden hoy era y es un hecho. Ya era un hecho entonces y es mucho peor ahora. Si se ha dejado de hablar del mismo no es porque sea menor, sino porque es peor. Hace más de medio siglo las bombas atómicas fueron superadas en su poder letal por las nucleares, y en todo este tiempo se mejoraron los sistemas de lanzamiento terrestre y extraterrestre, aéreo y marítimo, así como los mecanismos autodirigidos. Y no sólo proliferaron las bombas en tierras, cielos y mares, sino en el número de países que disponen de ellas, y en el tamaño cada vez más pequeño a que las nuevas tecnologías han contribuido.

Si la producción para una guerra nuclear supuestamente defensiva sigue su marcha es porque las bombas nucleares y todos los aparatos que sirven para la guerra son un negocio gigantesco, y son el motor principal de la economía de las grandes potencias. Controlar las crisis recurrentes con una guerra mundial es el imposible que no se puede hacer posible.

Hay otra crisis, la de la sociedad del conocimiento. Es la crisis del conocimiento de los rulers, de los dueños y señores de corporaciones y complejos, ya sean gerentes de las megaempresas, o jefes de gobiernos reducidos a gerentes de sus países. Todos ellos buscan que venga el capital corporativo a salvarnos, porque dice que va a crear empleo, cuando ya se sabe que por cada empleo que las corporaciones crean se pierden cientos entre los pequeñas y medianas empresas y hasta en los trabajos de los artesanos y vendedores de la calle. A sabiendas de eso el mentiroso argumento se usa hasta por los gobiernos que se dicen socialistas, que ponen en marcha políticas para ser competitivos a costa de los trabajadores y las juventudes y de los habitantes de la tierra, de los suelos y subsuelos, de las fuentes de agua y las fuentes de vida. El arte globalizado de gobernar consiste en ocultar la realidad para construir la sociedad del desconocimiento.

No sólo se da la crisis de la corrupción y la represión, de la política perfeccionada de la zanahoria y el garrote, de las armas y la economía de guerra, sino del conjunto de la vida y del proyecto humanista religioso o laico. Y es en esas circunstancias que el zapatismo, con sus comunidades y los adherentes que se suman a los de abajo y a la izquierda del mundo entero, busca deshacerse de las cadenas posmodernas del capital monopólico y sus panegiristas.

En el nuevo encuentro con México y el mundo tenemos que darnos cuenta de que no podemos exigir a todas las fuerzas que luchan por la libertad humana que luchen con la misma posición política que tenemos. Como se puede advertir en la lectura que se hizo del comunicado, hay elementos particulares en este país que no se dan en otros países y otros que sí se dan.

Dentro de la gama de la resistencia universal vemos cómo la más avanzada es Cuba que, más que la última revolución marxista, es la primera del nuevo tipo, en la que… si el proceso se inicia desde arriba y a la izquierda, crea la lógica revolucionaria de que el Estado y quienes lo construyen tienen un papel pedagógico muy significativo para que todo el pueblo sepa lo que saben las vanguardias y para que estas aprendan lo que saben sus pueblos. Nunca debemos olvidarlo: si en 1959 había unos cientos de seres humanos que sabían de todos estos problemas, ahora son millones de cubanos los que saben de todos estos problemas, y eso no es cualquier cosa.

A partir de un movimiento emancipador, indudable en la importancia que da a la construcción del poder del pueblo trabajador, podemos ver a otros países, como el nuestro, y ver lo que de particular y general hay en otros movimientos. El EZLN, primero se levantó en armas y tomó varias ciudades; después aceptó dialogar. Antes de los diálogos de San Andrés tomó una medida extraordinaria –que en gran parte se debe a don Samuel Ruiz– quien contribuyó a que se suspendiera el fuego en una guerra que apenas estaba por empezar. Ese hecho fue en verdad extraordinario y en él, y siempre, el EZLN mostró su vocación de paz.

Es lo más raro en la historia de la humanidad que dos ejércitos que están a punto de iniciar una guerra firmen un pacto de no agresión y digan vamos a hablar. Vinieron los diálogos de Catedral primero. Después los diálogos en el ejido de San Miguel. Después los diálogos de San Andrés. Hubo un momento en que se aceptó la lucha en el terreno de la paz. Pero, ¿qué pasó con esa lucha? La traicionaron todos los partidos y también la traicionó el gobierno.

Entonces el EZLN dijo ahora nos encerramos, pero nunca su proyecto fue nada más luchar abajo y a la izquierda. No, si podemos luchar arriba, también vamos a luchar arriba. El problema es mantener los principios fundamentales de la dignidad y la autonomía, de la democracia como gobierno del pueblo con el pueblo y sus luchas por la justicia y libertad, y de mantener, con esos principios, una gran disciplina como la que mostraron los zapatistas en el desfile organizado y desarmado que hicieron como una nueva carta de presentación de su vocación de paz. El orden impecable que mostraron el 2l de diciembre confirmó una diferencia fundamental con la manifestación de los jóvenes estudiantes, en cuyas filas se pudieron meter los tradicionales agentes provocadores. En estas filas no se podía meter ni un insecto provocador.

Los cambios que se dan en los movimientos de que es pionero el EZLN no provienen de posiciones teóricas o emocionales, sino de teorías experimentadas y de experiencias pensadas. En este momento histórico confirman la posibilidad de definir la lucha como un proyecto de democracia organizada, de autonomía organizada, de libertad que fortalece y cuida la organización del pensamiento, de la dignidad y de la voluntad colectiva y combativa, y en que todos los actores cumplen con su palabra.

En un proceso semejante y distinto de los nuevos movimientos de liberación se encuentran otros países que están en la resistencia frente al proyecto colonizador de las corporaciones y los complejos. Entre ellos, a la cabeza, está Venezuela –puedo equivocarme–; también se encuentra Bolivia –con más contradicciones y dificultades–, y quizás Ecuador. Pero hay otros que están resistiendo, como Uruguay, con la gran fuerza de una democracia muy vinculada a la cultura socialista y marxista. Se encuentran también quienes en Argentina de pronto se enfrentan a la toma de las islas Malvinas por el imperio británico, y no sólo se enfrentan a la deuda externa, sino cancelan la deuda externa. Se trata de resistencias nuevas en las que no estamos insertos, pero que tenemos que respetar y alentar para el triunfo sobre sus contradicciones internas y externas con la formación de un Estado-pueblo en que se organicen, hasta tener la inmensa mayoría, la fuerza de la independencia de los trabajadores, de las comunidades y de la juventud, todos listos a triunfar sobre la corrupción y la intimidación.

Tenemos que aprender a acercarnos a un mundo que es diverso, que es distinto, pero que tiene problemas parecidos y que puede luchar de maneras diferentes. También tenemos que seguir superando nociones como la del poder en abstracto, y pensar que si el poder es nuestro, lo vamos a hacer muy distinto de quienes lo tienen. Por eso es que el subcomandante habla, con esa capacidad de expresión que domina, de otra democracia muy otra. Vamos a hacer un muy otro poder. Muy otro no tiene nada que ver con el poder de las corporaciones y el poder del crimen organizado, o con el poder de los paramilitares y con el que le da la subrogación de trabajadores a las corporaciones… Es otro poder: el poder del mundo moral y combativo…

No podría detenerme sin decirles lo agradecido que estoy con los compañeros de esta universidad magnífica, y sin pedirles que estudiemos mucho más a fondo el pensamiento de los zapatistas como un pensamiento que viene de la experiencia universal del ser humano y de la experiencia que ellos, como descendientes de los pueblos mayas y de las rebeliones universales han tenido y tienen en su lucha por la democracia, por la justicia y la libertad.

Editado por Coletivo Enconttra &