Autor: Davi Page 13 of 84

Um mestre com quem aprender coisas simples fundamentais: John Berger

As notícias, poucas, dizem que John Berger morreu no dia 02/01/2017.

Artesão de todo um pouco, John Berger é o grande mestre do olhar que curiosamente constrói o que vê, um olhar em que reside uma ação essencial “do eu para o nós” (como diz Manuel Rivas). Ninguém assim se vai e pronto, ainda morrendo, fica para nos ensinar sempre…

Como convite ao diálogo ai vai um dos seus escritos. Um convite a lê-lo e dialogar com ele. A aprender coisa simples e fundamentais. Também uma coluna jornalística de afetuoso agradecimento por nos ajudar a pensar diferente.

 

La Jornada, 03/01/2017

Adiós a un crítico del capitalismo

Dónde hallar nuestro hogar

John Berger (2005)

Alguien pregunta: ¿todavía eres marxista? Nunca ha sido tan extensa como hoy la devastación ocasionada por la búsqueda de la ganancia, según la define el capitalismo. Casi todo mundo lo sabe. Cómo entonces es posible no hacerle caso a Marx, quien profetizó y analizó tal devastación. La respuesta sería que la gente, mucha gente, ha perdido sus coordenadas políticas. Sin mapa alguno, no saben adónde se dirigen.

* * *

Todos los días, la gente sigue señales que apuntan a algún sitio que no es su hogar, sino a un destino elegido. Señales carreteras, señales de embarque en algún aeropuerto, avisos en las terminales. Algunos hacen sus viajes por placer, otros por negocios, muchos motivados por la pérdida o la desesperación. Al llegar, terminan por darse cuenta de que no están en el sitio indicado por las señales que siguieron. Donde se encuentran tiene la latitud, la longitud, el tiempo local y la moneda correctos, y no obstante, no tiene la gravedad específica del destino que escogieron.

Se hallan junto al lugar al que escogieron llegar. La distancia que los separa de éste es incalculable. Puede ser únicamente la anchura de un vía pública, puede estar a un mundo de distancia. El sitio ha perdido lo que lo convertía en un destino. Ha perdido su territorio de experiencia.

Algunas veces algunos cuantos de estos viajeros emprenden un viaje privado y hallan el lugar que anhelaban alcanzar, que a veces es más rudo de lo que imaginaban, aunque lo descubren con alivio sin límites. Muchos nunca lo logran. Aceptan los signos que siguieron y es como si no viajaran, como si se quedaran siempre donde ya estaban.

* * *

Voy bajando las escaleras de una estación del Metro para tomar la línea B. Está repleto aquí. ¿Dónde estás tú? ¿De veras? ¿Y cómo está el clima? Ya me tengo que subir al tren, luego te hablo…

De las miles de millones de conversaciones por telefonía móvil que ocurren cada hora en las ciudades y suburbios del mundo, la mayoría, sean privadas o de negocios, comienzan con una declaración del paradero o ubicación aproximada de quien llama. La gente necesita de inmediato identificar con precisión dónde se encuentra. Es como si estuvieran perseguidos por la duda de que tal vez no estén en ninguna parte. Circundados por tantas abstracciones, tienen que inventar y compartir su localización transitoria.

Hace más de 30 años Guy Debord escribió proféticamente: La acumulación de bienes de consumo producidos masivamente para el espacio abstracto del mercado, así como aplastó todas las barreras regionales y legales, y todas las restricciones corporativas de la Edad Media que mantenían la calidad de la producción artesanal, también destruyó la autonomía y la cualidad de los lugares.

El término clave del caos global actual es la dislocación, o la relocalización. Esto no se refiere únicamente a la práctica de mover la producción adonde quiera que la mano de obra sea más barata, y las regulaciones, mínimas.

Contiene también el sueño demente de salirse de margen, propio del nuevo poder en funciones: el sueño de minar el estatus y confianza de todos los lugares fijos previos, de tal manera que el mundo entero sea un solo mercado fluido.

El consumidor es esencialmente alguien que se siente perdido (o a quien se le hace sentir perdido) a menos que consuma. Las marcas y logotipos de las mercancías son el sitio que nombra esa ninguna parte.berger0

Otros signos que anuncian la Libertad y la Democracia, términos robados de periodos históricos previos, se usan también para confundir. En el pasado, fue una táctica común de quienes defendían su tierra natal contra los invasores cambiar las señales camineras para que una que indicaba Zaragoza apuntara en la dirección opuesta hacia Burgos. Hoy no son quienes se defienden, sino los invasores extranjeros los que invierten los signos para confundir a las poblaciones locales, para confundirlas acerca de quién gobierna a quién, acerca de la naturaleza de la felicidad, del alcance del quebranto o de donde ha de hallarse la eternidad. El propósito de estas direcciones falseadas es persuadir a la gente de que ser un cliente es la salvación última.

John Berger en el caracol de Oventic. Foto Víctor Camacho

Sin embargo, a los clientes los define el sitio de su salida y su pago, no dónde viven y mueren.

* * *

A un kilómetro de donde escribo hay un campo donde pastan cuatro burros, dos hembras y dos burritos. Son de una especie particularmente pequeña. Cuando las madres aguzan sus orejas ribeteadas de negro, me llegan a la altura del mentón. Los burritos, de unas cuantas semanas de edad, son del tamaño de unos perros terrier grandes, con la diferencia de que sus cabezas son casi tan grandes como sus costados.

Me brinco la barda y me siento en el campo apoyando la espalda en el tronco de un manzano. Ya tienen sus rutas propias por todo el campo y pasan por debajo de ramas tan bajas que yo tendría que ir a gatas. Me observan. Hay dos áreas donde no hay pasto alguno, sólo tierra rojiza, y es en uno de estos anillos adonde vienen varias veces al día a rodarse sobre su lomo. Primero las madres, luego los burritos. Éstos tienen ya una franja negra en el lomo.

Ahora se aproximan. El olor de los burros y el salvado, no el de los caballos, que es más discreto. Las madres rozan mi cabeza con sus quijadas. Son blancos sus hocicos. Alrededor de sus ojos hay moscas, mucho más agitadas que sus propias miradas interrogantes.

Cuando se quedan a la sombra, en el lindero del bosque, las moscas se marchan y pueden quedarse casi inmóviles por media hora. En la sombra del medio día, el tiempo se alenta. Cuando uno de los burritos mama (la leche de burra es la más semejante a la humana), las orejas de la madre se echan atrás y apuntan a la cola.

Rodeado por los cuatro burros en la luz del día, mi atención se fija en sus patas, dieciséis de ellas. Son esbeltas, contundentes, contienen concentración, seguridad. (Las patas de los caballos parecen histéricas en comparación.). Estas son patas para cruzar montañas que ningún caballo se atrevería, patas para soportar cargas inimaginables si se consideran tan sólo las rodillas, las espinillas, las cernejas, los jarretes, las canillas, los cuartos, las pezuñas. Patas de burro.

Deambulan, con la cabeza baja, pastando, mientras sus orejas no se pierden de nada; los observo, con sus ojos cubiertos de piel. En nuestros intercambios, tal como ocurren, en la compañía de mediodía que nos ofrecemos ellos y yo, hay un sustrato de algo que sólo puedo describir como gratitud. Cuatro burros en un campo, mes de junio, año 2005.

* * *

Sí, entre otras muchas cosas sigo siendo marxista.

 

*Enviado por el autor, traducción: Ramón Vera Herrera para el número 98 (junio de 2005) del suplemento Ojarasca

 

 

La Jornada, 4 de enero de 2017

Nunca fue digerido por el establishment cultural a pesar de su enorme prestigio

Con la muerte de John Berger se va el último gran escritor del siglo XX

Fue todo lo lúcido e incómodo que hiciera falta: su genio residía en la claridad

berger1

Comunista desde su natal Inglaterra, al final de su vida seguía sosteniendo con naturalidad: Sí, entre otras cosas, sigo siendo marxista. La imagen es de su casa en París, en enero de 2016Foto Afp

berger2

Los medios de comunicación poderosos nuevamente se vieron rebasados por las personas, pues frente al silencio que guardaron los consorcios mercantiles en sus periódicos y otros canales, en Twitter y en Facebook no cesan las manifestaciones multitudinarias, en idiomas inclusive poco usuales, celebrando la herencia, el ejemplo y las enseñanzas de John Berger. Los usuarios de esas redes hacen circular con profusión fotografías de sus bibliotecas, de sus libros preferidos de este autor, fotogramas, portadas, citas literarias, en un homenaje espontáneo, conmovido y de agradecimientoFoto tomadas de Twitter y Facebook

 

Hermann Bellinghausen

Con John Berger se va el último gran escritor del siglo XX. Nunca digerido por el establishment cultural a pesar de su enorme prestigio en Europa, la América anglosajona y el ámbito hispánico, logró al final de su vida tener toda su obra en circulación e influir en el pensamiento y las maneras de ver en distintas culturas del mundo. Aun así, llama la atención la relativa indiferencia mediática a la noticia de su muerte. Esa mezquindad confirma que Berger fue todo lo lúcido e incómodo que hiciera falta: su genio residía en la claridad.

De joven educó su mirada en las artes plásticas y luego enseñó a leer, ver y mirar la pintura, la fotografía, las literaturas y la realidad. De manera progresiva, extendió su mirada a los desposeídos y quienes luchan y resisten. Su cátedra conduce a la contemplación consciente y crítica del mundo. Comunista desde su natal Inglaterra, al final de su vida seguía sosteniendo con naturalidad: Sí, entre otras cosas, sigo siendo marxista (2005). No obstante, nunca cedió en estética y gusto a ideologías ni corrales. Su arte literario y crítico nace de la libertad.

Su espectro es muy amplio, y a la vez concentrado: cronista, novelista, poeta, crítico de arte, teórico de la fotografía, dramaturgo, guionista de películas memorables (como La Salamandra, La mitad del mundo y Jonás, que cumplirá los 25 años en el año 2000, de Alain Tanner). Ensayista virtuoso, a la altura de su gran admiradora Susan Sontag, gustaba de acudir a escritores casi secretos pero indiscutibles, como Attila József, Nazim Hikmet, Mahmud Darwish, Andréi Platonov o Juan Gelman. Colaboró toda una vida con el fotógrafo suizo Jean Mohr. Esta suma produciría un género exclusivamente suyo, con la anchura de la prosa y la precisión de la poesía. Unas veces lo llamó fotocopias, otras, comunicados (o despachos); además son cartas, recuerdos, comentarios, reseñas, iluminaciones, dibujos (también estupendo dibujante), recados, aforismos, posicionamientos, denuncias urgentes, lecturas de la esperanza futura. Heredero de Canetti, Benjamin y Kafka, es uno de los grandes prosistas modernos, a la altura de Borges o Calvino.

Nada humano le fue ajeno

Como para pocos, nada humano le fue ajeno.“Homo sum; humani nihil a me alienum puto”, hace decir Terencio a Cremes en El atormentador de sí mismo, para justificar su intromisión dramática. Tal es la máxima favorita de Marx (según reportan sus hijas); asoma de Séneca y Cicerón a Nietzsche, y aflora en la curiosidad de Berger: Admiro y amo su obra. En la literatura contemporánea, me parece incomparable. Desde D. H. Lawrence no ha habido un escritor capaz de ofrecer al mundo tal atención sobre los problemas humanos más disímiles, con una sensualidad que no renuncia a los imperativos de conciencia y responsabilidad, escribió Susan Sontag.

Pertenece a la gama de creadores literarios que desde mitades del siglo XX aprovecharon su condición de célebres para servir de contrapeso ético ante los horrores de la civilización occidental en crisis. Lo suyo, algo más que mera decencia, significa un compromiso efectivo con los pueblos. Usan su influencia para interpelar al mundo. Ya se echa de menos la labor que cumplían al final del siglo XX los Saramago, Sontag, García Márquez, Galeano, Pinter, Fuentes, Gelman, Osvaldo Soriano, Juan Goytisolo, Nadine Gordimer, Günter Grass, Dario Fo y algunos otros, confrontando al firmamento literario conservador y/o comercial que domina academias y mercados. Guardianes de la tribu humana en el terreno de la escritura coincidían con ciertos científicos sociales de excepción (Noam Chomsky, Howard Zinn, Edward Said, Adolfo Gilly, Adolfo Pérez Esquivel, Pablo González Casanova). Ante todo, sus obras y sus fatigas coinciden con las luchas reales, estorban al pensamiento adocenado y al autoritarismo. Increpan al poder atentos a la sal de la Tierra o, como él diría, la puerca Tierra.

El núcleo duro de la obra bergeriana está en sus novelas, todas distintas y únicas, así como sus ensayos narrativos y su profundo escrutinio de la fotografía como agente de la realidad objetiva y subjetiva. Inicia notablemente con Un pintor de nuestro tiempo (1957), valiente ficción en forma de diario de un artista húngaro procedente del antifascismo, que desaparece tras el golpe soviético a Hungría en 1956. Pocos comunistas se permitieron entonces discrepar de la invasión del Ejército Rojo. En King (1999), un perro relata las vicisitudes de lo humano (otro rasgo de Berger fue su empatía con los animales). Cosmopolita curtido, residió por décadas en la Alta Saboya francesa, entre campesinos. En su retablo de tres tomos En sus fatigas (1979-1990) ilustra con detalle y hondura la desaparición del campesinado europeo. Con él pisamos un terreno en el que la ficción absorbe la crónica, otro género del que Berger fue maestro desde Un hombre afortunado (1967) y El séptimo hombre (1975). Su mejor novela, G. (1972), fantasía galante muy europea, sensual y cínica, es refutación implacable del egotismo masculino. En el relato epistolar De A a X (2008) arde una pasión tal que el modelo clásico de las Cartas Portuguesas se transfigura en un amor maduro e incombustible en medio de la resistencia y la cárcel política.

Se opuso a las guerras imperiales y, al igual que otros intelectuales judíos, apoyó la liberación de Palestina con todo su corazón y en voz alta. Para colmo, siguió como Marx los pasos de Spinoza. En 1995, una década antes de visitar el territorio zapatista de Chiapas, John Berger intercambió correspondencia con el subcomandante Marcos en torno al vuelo de las garzas, la vida en el campo, la clandestinidad y las piedras (reproducida en La forma de un bolsillo, Ediciones Era, 2001). Hablaron de las bolsas de resistencia contra el capitalismo. En 2007 llega a los Altos de Chiapas para atestiguar que el silencio que parece haber en las montañas más bien es todos nosotros, escuchando juntos.

Ampliamente editado en España, encontró un atento traductor y editor mexicano en Ramón Vera Herrera, a quien debemos Con la esperanza entre los dientes (La Jornada Ediciones) y De A a X (Ítaca) así como decenas de artículos, ensayos y comunicados aparecidos en La Jornada y Ojarasca desde los años 90. Como sucede con todo gran autor, la literatura de John Berger es una casa con muchas puertas; cualquiera es buena para entrar en ella.

A merda é o ouro dos espertos

Como a “Olimpíada da Superação” é usada para forjar identidade, unidade e consenso no Brasil do impeachment

Eliane Brum

El País, 29 AGO 2016  

menino morro

Menino do morro da Mangueira assiste os fogos da cerimônia de encerramento dos Jogos. CARL DE SOUZA AFP

A inversão é fascinante. A Olimpíada foi idealizada, em 2009, para colocar no pódio o Brasil grande. A apoteose do eterno país do futuro que finalmente chegava a um presente grandioso. Em 2016, o “sucesso” da festa busca recolocar o Brasil não apenas como o país que – ainda – tem futuro, mas como o país da “superação”. Não se trata mais, como era em 2009, de lançar a Olimpíada como a imagem que expressa “a verdade final” sobre o país. Em 2016, a Olimpíada é disputada, pelos vários atores, como a imagem capaz de tapar os buracos de um país. E devolver uma unidade, qualquer uma, ou um consenso, qualquer um, a um Brasil partido não em dois, mas em vários pedaços.

Em 2009, a questão era: veja como somos capazes de construir um país. Em 2016, a questão tornou-se: veja como somos capazes de fazer uma festa.

Não dá para tratar essa mudança de paradigma, como tantos têm tratado, como se fosse a mesma coisa. O foco, aqui, são as interpretações simbólicas dessa Olimpíada num momento tão agudo do Brasil. E o papel que exercem sobre a construção da realidade.

Quando dizem orgulhosos que a Baía da Guanabara estava maravilhosa e que o Rio continua lindo, trata-se da festa. A pergunta que trata de um país é: mas a Baía da Guanabara foi despoluída? E a resposta é não. A resposta é: a Baía da Guanabara continua cheia de merda.

Quando dizem eufóricos que nenhum atleta pegou Zika vírus, a pergunta é: mas e a população do Rio? Está salva do Zika e, mais do que do Zika, da dengue? E as mulheres que tiveram e ainda terão crianças com sérios danos cerebrais, têm e terão acesso à proteção e à saúde? Estas são as perguntas que tratam do país – e não da festa.

Quando dizem esfuziantes que o Rio nunca foi tão seguro como nos 17 dias de Olimpíada e que os mais de 80.000 policiais e soldados deveriam continuar nas ruas para defender os cidadãos “de bem”, a pergunta é: e nas comunidades? Morreu gente nas favelas, e não apenas o soldado da Força Nacional Hélio Andrade. Em geral, ele é considerado a única baixa no período dos jogos, já que os demais mortos são aqueles que o país se acostumou a considerar “matáveis”. Pelo menos 31 pessoas morreram e outras 51 ficaram feridas em 95 tiroteios no Rio Olímpico, segundo a Anistia Internacional. Não interessa para a festa? Deveria interessar para o país.

Qual foi o custo financeiro dessa festa (gastos ainda à espera de transparência), para um estado que decretou situação de “calamidade pública” menos de dois meses antes do megaevento, para uma cidade falida e para um país em crise? Quem mede o sucesso ou quem diz o que é sucesso? Ou sucesso para quem? Certamente não para os milhares de “removidos” para a realização das obras.

Diante do país sem rosto, cola-se a cara gasta de sempre

E, importante, sucesso aos olhos de quem? Quando alguém exalta que a Baía da Guanabara estava límpida, o que se entende é que a pessoa comemora o feito de conseguir esconder por duas semanas a merda dos olhos dos “gringos”, a quem interessa mostrar que seguimos bonitos por natureza. E alegres, muito alegres.

A frase no Facebook é cristalina: “Somos um país de pés-rapados, mas arrasamos numa festa”. Diante do país sem rosto, cola-se a cara gasta de sempre, a de que somos muito bons em festa. E na festa somos cordiais, alegres e hospitaleiros. Assim, tenta-se tapar buracos que já não podem ser tapados. Conflitos que já não podem ser encobertos pela “festa da miscigenação”. Mitos em decomposição.

Este é um país em que as cenas de pessoas se espancando por usarem camisetas de cores diferentes se tornaram corriqueiras. Era de se prever que qualquer unidade, onde não há nenhuma, qualquer consenso, onde não há nenhum, seria agarrado por quem disputa a narrativa. É bastante fascinante que a unidade forjada, que o brasileiro único, “O” brasileiro, seja, de novo e mais uma vez, essa pessoa muito boa em festa. É bastante fascinante que os brasileiros, que – ainda bem – já não podem dizer quem são ou o que são, possam ter o conforto de uma identidade fugaz. Ainda que essa identidade seja a de “arrasar na festa”.

A unidade forjada é a do velho clichê do brasileiro bom de festa

O mais fascinante, porém, é que essa narrativa tem se imposto com muito pouca crítica. A Olimpíada se deu com o processo de impeachment em curso. Acabaram os jogos e começou o julgamento da presidente Dilma Rousseff no Senado. Em vez de interpretar os sentidos, disputa-se a autoria do “sucesso”. E, assim, em nome da agenda de ocasião, ou da eleição de 2018, ocultam-se – ou mesmo apagam-se – as contradições. Apresentada – e consensuada pelos vários atores políticos – como um legado de “sucesso”, a quem pertence a Olimpíada é tudo o que passa a interessar. Em vez de disputar o país, disputa-se a festa. É nesse nível o rebaixamento do debate.

É também assim que se invoca, de novo e mais uma vez, o Complexo de Vira-Lata, conceito do cronista Nelson Rodrigues, grande intérprete do futebol e do Brasil do século 20. Obviamente o vira-lata é sempre o outro. A suspeita de que a Olimpíada não iria funcionar – ou “dar certo” – seria fruto da falta de autoestima dos brasileiros, que se sentiriam inferiorizados diante dos gringos. Cogita-se também a possibilidade de que o verdadeiro vira-lata seja aquele que tem como única medida o olhar dos gringos e que necessita da sua aprovação para saber se tem valor. O curioso é que, na tese da viralatização, usa-se a festa como categoria totalizante. Se em alguns casos isso pode ser só um problema cognitivo, em outros soa como má fé.

É aí que entra um conceito essencial para compreender o momento: “superação”. A Olimpíada de 2009 foi sonhada como o coroamento de um país que já se superou. Ou que já se tornou sua própria promessa, com a melhoria da qualidade de vida de dezenas de milhões e a redução das desigualdades. Uma nação que já havia pavimentado seu lugar entre as grandes economias do mundo, um Brasil de “cidadania plena”, um “país de primeira classe”. Na Olimpíada de 2016, é a superação que passa a ser a qualidade de todo um país. A qualidade em si, o moto-contínuo. O looping eterno. O pé-rapado, que continua pé-rapado, mas que arrasa na festa.

É assim que nossos atletas tornam-se sempre “histórias de superação” a serem enaltecidas. Gente como Rafaela Silva e Isaquias Queiroz. Se eles superaram todas as desigualdades e assimetrias do Brasil e tornaram-se atletas capazes de ganhar medalhas no pódio, é um orgulho para eles. Mas é imperativo lembrar que venceram apesar do Brasil. E esse fato deveria ser motivo de vergonha para o país.

Consumido pela máquina de fazer dinheiro que envolve mídia e megaeventos, o que é exceção – vencer contra tudo e contra todos – é convertido em qualidade totalizante. Assim, é o Brasil inteiro que se torna o país “da superação”. É a Olimpíada “da superação”. O que deveria ser vergonha, o fato de o país não garantir a base mínima para suas crianças e jovens desenvolverem suas potencialidades no esporte – e também na matemática e na literatura –, é convertido em orgulho nacional.

A capacidade de superação é mística fartamente distribuída onde a renda é concentrada na mão de poucos e dos mesmos

Essa falsificação serve a muitas coisas. Entre elas, enriquecer muita gente e alimentar o entretenimento disfarçado de jornalismo de algumas redes de TV. Serve ainda a algo bem perverso, com graves consequências na vida concreta do país, que é estimular a crença de que basta ter vontade pessoal para conseguir vencer num país em que a maioria vive em terra arrasada, em escolas arrasadas, em insegurança alimentar, seja por desnutrição ou por obesidade. Assim, se você não vence, é problema seu. O Estado é deresponsabilizado, as distorções históricas são apagadas. E, portanto, não há razão para pensar em redistribuição de renda ou em reforma agrária ou em demarcação de terras tradicionais. O brasileiro, esse unicórnio, se supera. É pé-rapado mas arrasa numa festa.

É o discurso de Galvão Bueno, da Rede Globo, calculadamente lacrimoso: “O esporte é a ferramenta que faz Rafaela Silva, nascida na pobreza da Cidade de Deus, e o supercampeão Bernardinho, filho da classe média carioca, dividirem o mesmo sonho e chegarem ao mesmo lugar”. Qual é a mensagem dessa igualdade forjada em um dos países mais desiguais do mundo? No país da superação, não é preciso tocar nos privilégios, porque tudo depende da força de vontade individual. A capacidade de superação é mística fartamente distribuída onde a renda é concentrada na mão de poucos – e dos mesmos.

Deveria produzir alguma interrogação o fato de que alguém como Galvão Bueno, com tudo o que é e representa, tenha se tornado uma espécie de porta-voz do espírito olímpico. Discursos semelhantes ao dele, de exaltação da Olimpíada, foram repetidos até mesmo por intelectuais que até ontem exibiam pensamento complexo. Não só pela direita, mas também pela esquerda.

Parte da esquerda adere à mesma falsificação da mídia que no restante do tempo acusa de golpista

Para parte da direita, trata-se, entre outras coisas, de garantir que o país tem unidade para seguir após o impeachment, com a agenda conservadora em curso. O Brasil é o que sempre foi, o período Lula-Dilma apenas uma interrupção momentânea. Para uma parcela da esquerda, o ponto é garantir a Olimpíada como um legado usurpado de Lula, caso ele chegue às eleições de 2018. Em nome dos projetos de poder, sacrifica-se a complexidade e forja-se o consenso oportunista. O que não cabe na versão é relegado a questões de menor importância.

Mais uma vez, em nome da agenda de ocasião, parte da esquerda se cala diante das tantas falsificações da Olimpíada da Superação. E reedita uma espécie de conciliação imagética, uma espécie de trégua olímpica, com a mesma mídia que no restante do tempo acusam de golpista. Disputa-se a assinatura do espetáculo, o sucesso já foi pactuado.

Na mística da superação, quando aqueles que deveriam se superar sofrem uma derrota, são punidos como se traíssem todo um país. É neste momento que os conflitos aparecem, e o racismo, a homofobia e o machismo do povo alegre que arrasa numa festa explodem. Como tão bem compreendeu Rafaela Silva, que ao ser derrotada na Olimpíada de Londres, em 2012, foi chamada de “macaca” nas redes sociais, em tal volume e virulência que quase desistiu do judô. Em 2016, ao ganhar o ouro na sua categoria, virou heroína nacional. Ninguém dúvida que, se perdesse, seria de novo “macaca”.

A nadadora Joanna Maranhão conheceu bem a “cordialidade” do povo brasileiro ao ficar fora da semifinal dos 200m borboleta. Joanna, que anos atrás teve a coragem de denunciar que foi abusada por seu técnico quando menina, ouviu nas redes sociais que, por ter perdido, “deveria ser estuprada novamente”. O Brasil é homofóbico, machista, racista e xenófobo, denunciou Joanna, desafiando o país alegre e hospitaleiro – ou “o povo que se comportou muito bem nesta Olimpíada”. Joanna e Rafaela exibiram maturidade ao não se deixarem engolir pela máquina de entretenimento. Ao contrário, arriscaram-se a expor os conflitos quando ninguém queria saber deles.

O país não fracassa quando um atleta perde numa Olimpíada. Brasileiras como a judoca Rafaela Silva são vitoriosas apenas por chegarem vivas à idade adulta. Alcançar uma Olimpíada, ganhando ou não, é uma enormidade. O Brasil fracassa porque no mesmo período da Olimpíada em que Rafaela subiu ao pódio, jovens como ela foram executados a tiros bem perto dali.

O “sucesso” – ou a “superação” – do Brasil olímpico parece ser o de ter conseguido esconder dos olhos dos gringos a merda toda por duas semanas. E não apenas a da Baía da Guanabara. É verdade que um país pode ser medido não pelo seu sucesso, mas pela régua com que mede seu sucesso.

A Olimpíada, como conceito fechado, é grandiosa. Os atletas se dedicam duramente para fazer desse momento um espetáculo, para criar beleza. Fizeram espetáculo mesmo na Olimpíada de Berlim, em 1936, na Alemanha nazista. Uso esse exemplo radical porque ele ajuda a deixar mais claro que uma Olimpíada não pertence apenas aos atletas nem serve apenas à celebração dos povos. Parece óbvio, mas não é o que temos visto em tantas justificativas. Os usos de uma Olimpíada, assim como as narrativas sobre ela, são políticos, no sentido amplo (e seguidamente também no rasteiro). E a forma como cada um dela participa também é política.

A reedição do Complexo de Vira-Lata pode revelar a impossibilidade de criar conceitos originais num momento tão desafiador

É neste campo que chamo a atenção para “o Brasil provou que sabe fazer uma Olimpíada”. Há que se ter muito cuidado com quem coloca algo tão complexo na perspectiva do pessimismo/otimismo. Há que se ter considerável delicadeza mesmo com o conceito do Complexo de Vira-Lata. Não se sabe se ele foi revivido porque de fato faz eco, ou pela incapacidade de criar conceitos originais para um momento tão desafiador do Brasil. Tendo a apostar mais nesta segunda hipótese – e sigo defendendo que nossa crise é também de palavra. De linguagem e de estética.

Há uma diferença entre ser capaz de fazer uma festa, a medalha de ouro de 2016. E ser capaz de construir um país, a medalha de ouro de 2009. É preciso marcar essa diferença para não perder a Olimpíada do dia seguinte.

Eliane Brum é escritora, repórter e documentarista. Autora dos livros de não ficção Coluna Prestes – o Avesso da Lenda, A Vida Que Ninguém vê, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos, e do romance Uma Duas. Site: desacontecimentos.com Email: elianebrum.coluna@gmail.com Twitter: @brumelianebrum

Page 13 of 84

Editado por Coletivo Enconttra &